sábado, 18 de julio de 2015

CAPÍTULO 2.10: EL NEGRO Y LA LANZA


Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.

Regla de la Transfusión, principio 10 de los 11 principios de la propaganda
Josephn Goebbels, ministro de propaganda Nazi.


Una docena de sacerdotes Umpalumpa recorre el campo de Carabobo entre cantos africanos, humo del tabaco y escupitajos de aguardiente. El grupo rodea a un viejo sacerdote con una horqueta de árbol tallada en la mano, apuntando el tallo en todas direcciones, como buscando algo.


Sucede que en su trance el hombre de la horqueta está viendo el pasado. Remontado al 24 de Junio de 1821, plena Batalla de Carabobo, el anciano busca un lugar en particular. El sacerdote apunta a la cima de una colina y el grupo se detiene. El hombre observa en su visión a un hombre negro en uniforme militar color rojo, a la usanza de la época, atravesado con una lanza en el pecho, conversando brevemente con dos hombres blancos a caballo. Ambos hombres a caballo se bajan rápidamente en ayuda del negro. Uno de ellos, el más delgado sostiene al negro, mientras el otro, más fornido, extrae la lanza, y el negro cae muerto. Los dos hombres suben al negro al uno de los caballos y piden ayuda. El sacerdote apunta hacia el lugar donde ocurrieron estas cosas.
Minutos más tarde, una mini excavadora toma muestras de tierra del lugar, que son examinadas con sumo cuidado por los Umpalumpas, en busca de un rastro, que les sirva para cumplir un encargo.
 

Los hombres han desenterrado lo que parece la vieja y corroída punta de una lanza.




El sol brilla intensamente y a medida que vamos ascendiendo llegamos al espacio, donde el sol es sólo una estrella más en el universo. Recorriendo el espacio sideral, entre las cientos de miles de constelaciones y galaxias, llegamos al punto donde se origina el universo. Al otro lado de ese punto de luz intensa, está el cielo.



Miles de millones de nubes que rodean a un sol desde el que reina Dios. Sobre todas esas nubes hay enormes ciudades hechas con edificios que desafían cualquier regla del mundo físico conocido por los seres vivos. Allí viven las almas que han sido recibidas en la gracia de Dios.

Como en el mundo de los vivos, estas almas van y vienen, trabajan o gozan, crean y aman. Es un mundo donde el mal, no existe y reina la paz y el orden en medio de una sana, pero desordenada libertad. Algunos llamarán este mundo, la Nueva Jerusalén, el Edén o simplemente El Paraíso.


Conforme nos alejamos de esa enorme ciudad de almas y ángeles, entramos en los vastos campos. Allí están los viñedos, los pastizales donde los pastores llevan rebaños de ovejas, los ganaderos sus vacas y están los cañaverales, en especial un cañaveral inmenso que ocupa una nube entera, y en medio de él una planta con tres torres que constantemente sueltan humo dorado, y una pequeña casa en el otro extremo.


En el patio trasero de la casa del cañaveral, hay una gran fiesta. Es 24 de Junio, el cumpleaños de San Juan. Cientos de personas en procesión llevan a San Juan mismo en hombros por todo el inmenso patio celestial, mientras un grupo de hombres negros, en su mayoría tocan el medio centenar de tambores.


El dueño de la plantación y anfitrión de la fiesta, vestido de elegante traje y sombrero beige, anima a los miles de invitados a bailar al ritmo de los tambores y pasa revista de cada uno de los grupos de tamboreros, hasta que se encuentra con una novedad. Uno de los tambores “culo e puya” es tocado por un grupo de japoneses.


-¿Y esto?

-Vinieron de un "conservatorio" en el cielo japonés- responde uno de los músicos.

-Sí yo sé. ¡Pero vamos a darles más Ron para que toquen con fuerza! jajajajaaaa

El anfitrión sonríe y continúa su camino.

No muy lejos de la algarabía se encuentra un centenar de mesas, donde los invitados pueden sentarse a conversar calmadamente, jugar juegos de mesa o degustar algún fino manjar. No se puede decir que se sientan a descansar porque, en el cielo nadie se cansa.

Se escucha el característico sonar de las piezas de dominó, que desconcentra a los ajedrecistas y jugadores de cartas. Son los principales invitados de la fiesta, los libertadores, los héroes de la batalla de Carabobo, que todos los 24 de Julio se reúnen en la Fiesta de San Juan que cada año, desde 1822 se celebra en esas tierras celestiales.


En una de las mesas está Simón Bolivar haciendo pareja de juego con una de las eminencias de la medicina venezolana, el rejuvenecido doctor Convit. Los contendores, Sucre y José María Vargas.


-¡No puedo creer todo lo que ocurre aquí en el cielo! Es casi como estar en la Tierra. Fiesta, Ron y ¡Dominó con los Libertadores!

-Yo tampoco puedo creer lo fatal que juegas Jacinto. Nos falta perder esta partida y estamos listos- protesta un angustiado Bolívar mientras los contendores ríen.

De pronto se escucha el griterío de la gente que lleva en hombros a San Juan. Resulta que el homenajeado ha pedido que el anfitrión sea llevado en hombros también. Los jugadores de todas las mesas, voltean la mirada.
-Definitivamente este hombre fue uno de los que cambió el cielo. Las fiestas de San Juan no eran así antes que él viniera al cielo.

-¿Cómo eran Bolívar?

-Me cuentan, porque este hombre vino al cielo antes que yo, que antes las fiestas de San Juan, eran muy solemnes. Un coro de ángeles entonaba cánticos gregorianos mientras repicaban campanas. Unas palabras de Cristo, otras de María y otras de Dios mismo, y ya. 


Llega este hombre en 1821, y con un nutrido grupo de negros hace, al ritmo de los tambores, que la fiesta de 1822, sea el espectáculo del año. Claro, hasta 1957, que Pedro infante se le adelanta a todos cantándole las mañanitas con su mariachi.

-Pero la mayor sorpresa para todos, fue encontrarnos a Pedro siendo un hombre tan próspero acá arriba- dice Sucre sorprendido.


-Jacinto, cuando yo llegué al cielo, recién salido de mi “juicio”… esto que ahora llaman la “caseta de inmigración”, me encontré en la calle, con una maleta y unos cuantos talentos en mis bolsillos. Y estaba Pedro allí, como esperándome. Estaba en una carreta de carga, muy bien arregladita, por cierto. Y me trajo hasta esta casa en mitad de esta plantación. Va a sonar muy feo y racista esto que voy a decir, pero hasta el momento que Pedro Camejo me dijo, “Mi General, Bienvenido a mi casa”, yo pensé que todo esto era de alguien más. 
Una plantación es lo último que desearía ver o tener, un hombre de su condición, después de muerto. Había un ruido molesto, del chocar de unas botellas en la batea de carga de la carreta. Quité la lona a ver que era. Eran estas botellas de Ron, con la cara del Negro Primero dibujada en la etiqueta. Todavía no lo puedo creer.

  
-Nadie lo puede creer. A mí todavía me cuesta creer que haya whisky aquí arriba y que lo consigas en bombonas de gas- responde Sucre alzando una pequeña bombona amarilla con la etiqueta de una reconocida marca de blended escocés.



-¿Por qué el whisky acá arriba viene así?- pregunta el Doctor Convit.

-Es el impuesto de los Ángeles. Ellos van y recogen de los vapores que despiden las barricas de whisky en los almacenes de Escocia, Japón y Estados Unidos- responde José María Vargas mientras se sirve una nube ámbar brillante del gas espirituoso.

-Todos los libertadores nos fuimos quedando perplejos en nuestra primera parada antes de encontrar acomodo en este nuevo mundo.


-Bolívar, hablando del Rey de Roma- señala Sucre al ver venir al Negro Primero hasta la mesa de los libertadores y los médicos.

-¿Cómo la están pasando?

Todos responden al Negro afirmativamente.

-Es un placer estar en este lugar tan maravilloso y este Ron es lo mejor que he probado en toda mi vida. Siempre pensé que en el cielo te daban un par de alas, un arpa y deambulabas por las nubes y todo aquello…


-Hubo un tiempo que era así. Pero en la medida que los hombres fuimos trayendo nuestros conocimientos y sueños, fuimos cambiando el cielo. Yo por ejemplo, cuando llegué acá lo primero que hice fue reunir un grupo grande de negros que venían conmigo y con los talentos que cargaba compramos esta nube y montamos esta plantación. Luego hice realidad el sueño que siempre tuve cuando era un peladito esclavo. Hacer Ron. Aprendí de los dueños de la plantación en la que crecí: “Pon el jugo de la caña; Calienta allí; dale con el fuelle al alambique; pon las especias; abre la válvula; pon la chuleta, deja gotear hasta que deje de ponerse verde…”. ¡Todo un arte! Además, yo sabía que acá arriba se bebía vino y whisky, el franciscano Trinidad me lo dijo antes de la batalla de las Queseras del Medio. No mintió. Entonces ¿Por qué no destilar Ron? Y el Cielo es maravilloso, puedes beberte una botella de estas y no te embriagas, y puedes montar una fábrica de lo que quieras y se da sin dificultad. Puedes elegir entre trabajar o deambular de nube en nube. Y si eliges trabajar, nunca te cansas, ni te molesta hacerlo.


Bolívar se siente incomodado y observa a Vargas con cierta angustia. El Negro Camejo sigue en su exposición sobre el apogeo de la revolución industrial, y como las máquinas hacían el trabajo de mil negros. Vargas le hace una seña a Bolívar y este interrumpe al Negro:

-¿Has visto las noticias de Venezuela?

-¡Oh claro! Son lamentables. Pero yo no leo noticieros, me entero por la gente que recojo en el aeropuerto y que invito a trabajar en mi empresa. Hasta me contaron de la brujería que piensan hacerme en el Panteón Nacional. Si eso es lo que querías contarme-, el Negro sonríe y saca de su bolsillo un tabaco que enciende con la luz del sol. Los hombres de la mesa están sorprendidos.


-No entiendo, como me costó tanto libertar ese país para que cayera en manos de una banda de criminales, irresponsables e ignorantes. Celebran la independencia que les dimos, aunque los cubanos, chinos y rusos, no entienden que estamos celebrando. Imagino que el 4 de julio harán un “sepelio simbólico de George Washington” para ver si los dólares aparecen en las arcas del Banco Central.
-¡I HEARD YOU BOLIVAR! ¡THATS WON’T WORK!- grita George Washington, desde otra mesa en la que juega poker con Thomas Jefferson, Benjamín Franklin, John Adams, Abraham Lincoln y John Kennedy.


-Que me hagan un ritual loco pensando que les voy a dar algo no es lo que me preocupa. Miles de admiradores en el mundo de los vivos vienen a mí a pedirme cosas: fuerza, protección, salud, etc. Sólo cumplo si Dios pone su sello en la solicitud. Como cualquier otro santo de por aquí. Pero en ese caso, ese ritual puede salirles muy mal. Porque a diferencia de usted, Mi General, ellos no tienen mis huesos, cosa que de por sí, sólo les garantizó la muerte a algunos de ellos, empezando por el que organizó todo eso. Lo que si tienen es la lanza con la que me mataron, y esa lancita tiene su historia, y no es muy buena.

-¿De qué hablas?- pregunta Bolívar.


-Antes de cada batalla yo leía el tabaco, como todos los demás negros, para ver cómo nos iba a ir, y qué era lo mejor que podíamos hacer para vencer. En la Batalla de Calabozo, el tabaco me dijo que si moría, cremaran mi cuerpo y echaran mis cenizas al río o al mar. A la Virgen de las aguas pues… desde entonces esa fue última voluntad.
-¿Y la lanza…?- Sucre hace una morisqueta extendiendo los brazos.

-Bueno, Mi General Sucre, cuando estaba construyendo  el primer alambique, en 1823 y que funcionó hasta 1900, que fue cuando construí la plantota aquella- Señala el Negro la enorme planta de 14 alamiques y tres chimeneas, -recorrí el cielo en busca de un herrero que trabajara el cobre. Entre los muchos que conseguí, conseguí uno que había sido herrero de los Realistas. Era un buen hombre y lo conocí de vista, en vida, cuando era esclavo. En una de las fiestas de San Juan, como esta, él me contó, que hizo cientos de lanzas lujosas para el uso exclusivo de José Tomás Boves.


Los hombres de la mesa de dominó comienzan a ponerse serios, en especial Bolívar.

-Eran lanzas con la punta muy afilada, muy pulidas, talladas con finos motivos de la época, calzadas firmemente en varas pulidas de ébano africano. Al morir Boves quién sabe cómo se repartieron esas lanzas, pero una de ellas fue la que me mató. Si esa es la reliquia con la que piensan hacer hechicería, en mi nombre, pueden hasta llevarse un susto.

Bolívar toma su celular y le advierte al Negro que va a hacer un par de llamadas.


El pánico se apodera de los alrededores del Panteón Nacional. Lo que se supone sería la celebración de un ritual parece estar saliéndose de control. De la puerta principal del Panteón sale una figura humanoide de casi tres metros de alto y que lleva arrastras a Nicodemo.

Es una noche ligeramente lluviosa, muchos de los que huyen de pánico resbalan en las escalinatas de mármol pulido.

-¡Aaaaa ja j aja jaaa! ¿Qué es todo esto?

-¡Señor! Mire yo nunca fui bueno en la escuela, pero, El Negro Primero, no era catire ¿Quién es usté?

-¡Soy BOVES!…. oves… oves… responde el enorme esperpento con voz y eco ensordecedor.

 Un grupo de soldados se acerca y le disparan a la enorme figura demoniaca. Pero este con un gesto de sus manos los arroja lejos, decenas de metros.

-¡NO ME DISPAREN ESTÚPIDOS! Me van a matáaaaa….- grita lloroso Nicodemo, mientras es arrastrado por el enorme hombre desaliñado y despelucado, fascinado por los edificios que lo rodean.

-¡RESPONDE!... onde… onde ¿Qué es todo esto?

-Es Venezuela, en el 2015…

-Ja j aja. Los Curas si hablaban paj#$% y que el mundo se iba a acabar en 1900 Ja Jaaaa. Pues ahora todo esto será miiiioooo…

-No, no ¡Yo soy el presidente legítimo! ¡Soy criollito! Y macho porque me gustan las mujeres…

-¡Cállate fantoche! Apenas consiga un machete te corto en dos.

Un relámpago hace ver una luz azul claro detrás de las dos figuras malignas. El paso de Boves es interrumpido por una pared invisible cuyo choque lo hace tambalear y soltar a Nicodemo. Boves se sacude y voltea. Son tres ángeles. Uno de ellos parado con el brazo derecho extendido, mostrando la palma de la mano en gesto de parada. Otro de ellos observa y el tercero marcha lentamente en dirección al Panteón abriéndose paso entre la multitud temerosa que huye.


El engendro alza su brazo derecho, amenazante, contra el ángel que lo detiene, pero el segundo ángel descubre sus ojos y dos rayos que salen de ellos desmaterializando el brazo de la entidad demoniaca. Boves no siente dolor pero si grita de ira.

Nicodemo se arrastra sin mirar atrás, hasta caer por una de las fosas de la biblioteca nacional.

El ángel que detiene con su palma extendida, abre sus dedos y lentamente, comenzando desde el dedo meñique, cierra el puño. La pared invisible que detenía a la entidad, arropa a Boves, aprisionando todas sus extremidades contra su cuerpo, doblando su cuello y desfigurando su rostro. Este ángel que aprisiona al demonio fugitivo, señala el piso con su índice izquierdo y comienza a darle vueltas a su brazo izquierdo como formando un pequeño círculo.

El piso alrededor del Boves contorsionado y cautivo, empieza a licuarse como si se tratase de concreto recién vaciado, y este comienza a hundirse como en arenas movedizas. Boves murmura y pega chillidos mientras se hunde. Cuando sólo se pueden observar algunos rulos de su horrorosa cabellera, el tercer ángel arroja en el pozo de concreto movedizo el ánfora donde estaba la reliquia maldita, que también se hunde.


De vuelta en el cielo:

-¿Por qué no nos contaste antes estas cosas?

-Mi General Sucre, ustedes nunca me preguntaron, y no leyeron la entrevista que me hizo Chivo Negro en la “La Buena Nueva” hace seis meses.

-Ah sí, unas chicas muy amables la entregan en la entrada de la destilería a los turistas- responde Convit, mientras saca un ejemplar, que es tomado leído con atención por Vargas y este comienza a leer.




-Chivo Negro le pregunta a Camejo “¿Qué opina usted del pasaje de Eduardo Blanco que en «Venezuela Heroica» dice que usted, herido de gravedad, compareció ante el general Páez y con voz desfalleciente le dijo: «Mi general, vengo a decirle adiós porque estoy muerto»? 

A lo que Camejo responde: “Como me morí, no pude contarle a Eduardo Blanco lo que pasó en realidad sino cuando me lo conseguí acá arriba.”


Estando en el campo de batalla, acababa yo de matar a dos realistas, a punta de machete. A uno le rajé la panza y a otro le corté la cabeza. Pero hacia mí, corrió un oficial a caballo, que me arrojó una lanza que me atravesó el pulmón derecho. Como el hombre vio que yo no caía, emprendió carrera hacia mí, espada en mano. Yo lo esperaba con mi machete, pero un disparo lo echó al piso.


Parado allí moribundo con mi machete alzado escuché la voz de mi General Páez:

-¡Negro! ¿Por qué no está combatiendo?

Y al voltear les dejé ver la lanza en mi pecho a mis generales Bolívar y Páez, que estaban en sus caballos; Bolivar con el cañón de su pistola humeante, y señalando la lanza en mi pecho con las palmas de mis manos les pregunté:

-¿ES EN SERIO? ¿Qué NO VEN?
 A lo que Páez respondió:

-Esa es una herida menor, ¡no seáis respondón ni quejumbroso!

Mi General Bolívar en cambio, preocupado por mí, bajó de su caballo de inmediato a la voz de “¡Por el amor de Dios! José Antonio”. Me sostuvo por la espalda para recostarme y Páez removió la lanza.

-¡Catire! ¡Que lanza tan lujosa!…- fueron mis últimas palabras hasta que me vino a buscar la carreta para traerme aquí.

-Sí, recuerdo todo aquello- responde Bolívar.

-¿Sabe señor Camejo? Con la tecnología médica de hoy y los primeros auxilios adecuados, usted se hubiese salvado. Lo que tenían era que poner un apósito en el área de la penetración, asegurarla con una venda y no remover la lanza hasta llegar con los cirujanos.

-¿Están Oyendo? ¡Me hubiese salvado!

-Con la tecnología militar de hoy, un soldado español te da una ráfaga de disparos con una HK-G36 y no te salva nadie. Así que no te emociones- finaliza el Mariscal Sucre, entre la mirada atónita del Negro Primero y los hombros encogidos de los legendarios médicos.

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Dedicado a Nuestros Libertadores.

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