domingo, 17 de enero de 2016

CAPÍTULO 2.11: EL ESCAPARATE


Es 1 de enero de 2016 a apenas cinco minutos de la media noche, y mientras se escuchan algunos fuegos artificiales, pues la crisis ha hecho que los pirómanos sean más racionales con sus gastos, un extraño video se hace viral en las redes sociales.

Se trata de lo que parece, un busto del Comandante Panelo, que al son de cánticos del célebre trovador comunista, llora aceite. Es un ritual perturbador para la gran mayoría de los venezolanos, pero para el resto es una señal que los llena de esperanza. Como nunca se dijo donde estaba ubicada la misteriosa estatua, muchos de los seguidores más empedernidos del Comandante corrieron hacia las estatuas de Panelo, más cercanas a sus misiones vivienda, con un frasco para poder conseguir el preciado “aceite sagrado” que faltaba en los anaqueles de los abastos y supermercados. 

Otros en cambio, iban con expectativas aún mayores, de conseguir leche, huevos, papel higiénico, pañales o algún otro producto que brotara de los ojos de generoso “Comandante Milagroso”. No fueron multitudes las que rodearon las estatuas, pero sobraba la fe.

Pasaron las horas y los días y nada salía de los ojos de las estatuas. Paralelamente la gran mayoría de los detractores de Panelo, destrozaban el hermoso milagro con cuestionamientos y burlas. Uno de los cuestionamientos más curiosos, fue sobre el personaje que presidía aquella especie de liturgia pagana. No era otro sino Paul Manson, el roquero satanista venezolano, muy famoso en los ochenta, pero venido a menos. La gente atribuía el fraudulento milagro a alguna mala jugada que el “CABALLO LOCO”, la droga nacional, del momento.

El frío, las burlas, algunos reveladores videos de cómo se montan estos fraudes, las palabras de reconocidos líderes religiosos, advirtiendo sobre la idolatría y la apostasía y el silencio de Nicodemo y el #CapitanHallaca, respecto a este “milagro”, hicieron mella en la fe de los seguidores que aguardaban pacientes, las lágrimas de las estatuas. Entonces llegó la furia. Muchas de las estatuas fueron demolidas, apedreadas y vandalizadas.

Harold Pérez Alfaro es el nuevo Presidente de la Asamblea Nacional. Luego de una instalación a la sombra de los rumores e impugnaciones, entre insultos y descalificaciones por parte de los escasos 50 diputados del PUFS, el viejo dirigente, secretario del Partido Democrático (el Partido Blanco), resulto electo y ahora se dispone a hacer cambios, que ya se venían gestando, de manera espontánea, desde el mismo momento que los parlamentarios electos fueron juramentados.


Harold se presenta a las 8 de la mañana en la sede del “Palacio Federal Legislativo” conocido popularmente como el “capitolio” para supervisar los trabajos de limpieza y acondicionmiento:


Un par de hombres llevan en carretilla uno de los stands forrados con gigantografías de Panelo. Harold les sale al paso y estos le preguntan entre risas pero a la vez preocupados ¿Dónde ponemos esto?


-¡Que se lo lleven pa Sabaneta!- los hombres estallan en carcajadas –Que se lo lleven a las hijas o a las viudas. O si no para Miraflores.

El supervisor de los obreros, entre risas nerviosas, trata de calmar al personal que teme lo que les pueda pasar por participar en esta actividad “herética y sacrílega” por parte de los seguidores de Panelo.

-Señores, el jefe está jugando…

-¡No no no! ¡Esta vai$&% no es cementerio!- Harold voltea y ve la imagen digitalizada de Simón Bolivar, mandado a confeccionar por Panelo, partiendo supuestamente, del cráneo exhumado (o profanado) –Y ese Simón Bolivar de Cromañón… Ese fue un invento de este señor –señala a la gigantografía que va a lo lejos en la carretilla- ¡Una vaina loca! Me sacas eso de aquí también. Ese no es ningún Simón Bolivar.

-¿Y en los despachos los cuadros…

-¡No quiero ver un cuadro aquí que no sea el retrato clásico del Libertador!

-OK.

-No quiero ver a Panelo, ni a Nicodemo, ni al Bolivar Cromañón de Paneluá. Llévense esa vai”#! pa Miraflores, o se lo dan al aseo, yo no tengo que ver con esa vaina ¡Pero aquí nada!


Los dos supervisores se ven las caras y uno de ellos, el más joven, le pregunta al otro con inquietud:

-¿Y de donde vamos a sacar esos cuadros “clásicos de Bolívar” si entre Doña Celia y el #CapitanHallaca mandaron a quitar y a botar todo eso para poner estos?

 

-¡Psss! Nohombre, esos cuadros están arrumados allí en el depósito de San Martín ¿Dónde crees tú que vamos a llevar estas verg/&%$ que estamos quitando? Yo lo dije cuando quitamos los cuadros viejos, el escudo viejo y las banderas viejas: “No podemos volvernos locos botando nada, porque no sabemos qué puede pasar”.


El diputado y jefe de fracción del PUFS, Hermes Rodríguez, llega horrorizado al Capitolio, con su librito en la mando y se para al lado de Harlod. Hojeando las páginas del librito frenéticamente le advierte al presidente del parlamento:

-¡Harold eso que está haciendo usted va en contra del reglamento de “Interior y de Debate”.


-¿Ah siiii? ¿Y donde dice eso?

-Lo estoy buscando. Pero de que va en contra va en contra ¡Esto es un abuso!

-Mira muchacho el zipote. Abuso es haber metido estos mamarrachos aquí. El congreso de la república no es la galería personal de ningún presidente. Ni José Tadeo Monagas que fusiló el congreso el 24 de enero de 1848, puso su foto ni su estatua aquí. Así que me haces el favor, cuando consigas en ese librito que lo que yo estoy haciendo es ilegal, hablamos.

Furioso pero cabizbajo, como la niñita del jamón plumrose, el parlamentario se retira, pero el ánimo le regresa al escuchar a lo lejos los gritos del parlamentario Carroñito, que amenaza de todas las formas habidas y por haber a los empleados que retiran los afiches, stands y estatuas de Panelo y el Bolívar de Neandertal.

Carroñito y Hermes (con más ánimos) van hacia Harold:

-Mire señor Harold, déjeme decirle algo. Esto que usted está haciendo va contra el artículo 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9 y 10 de la Ley del Patrimonio Público Nacional, toda vez que usted está, disponiendo de manera innnlegal de Bienes Nacionales- advierte Carroñito.

-Pero es que yo no estoy saliendo de Bienes Nacionales. Yo estoy saliendo es de los males…

-Mire Harold, no se haga el cómico conmigo, que yo soy un hombre muy serio.

-No me cabe duda.

-Estos son Bienes Nacionales.

-A ver. Usted que es un hombre docto en la ley. Dígame qué clase de bien es este mamotreto- señala Harold uno de los stands que traen dos obreros en carretilla.

-¡Es evidente doctor! Díle ahí Hermes, hasta tú que eres mi pupilo, ya debes saber.

Hermes observa detenidamente el stand y dice:

-Este es un bien, mueble. No es inmueble porque no es una casa, ni es semoviente porque no es un vehículo. Aunque montado en la carretilla, me entra la duda.


Un diputado de la bancada opositora que presencia todo aquello y escucha la explicación de Hermes y se lleva la mano al rostro.

-OK. Carricito- dice Harold –Ustedes,- señala Harold a los obreros de la carretilla- Acuéstenme ese mamotreto allí- los obreros desatan el stand y lo colocan en el piso –Vaya Hermes, acuéstese allí.

Hermes con ciertas dudas y a tientas se sienta en el stand, haciendo que la lona de la gigantografía, que tenía ya varios años llevando agua y sol, colapsara haciendo que este cayera de nalgas dentro, destruyendo el stand, ante las risas ahogadas de los obreros y los periodistas presentes.

-Caramba Carroñito, tenemos un caso grave para la comisión de contraloría. Parece que la administración anterior, compró unas camas y apenas te sientas en ellas, se desbaratan.

Carroñito, furioso, recoge al adolorído Hermes y se lo lleva, no sin antes advertir “¡Esto no se va a quedar así!”

Pasados unos minutos los obreros no vuelven y todavía faltan por sacar media docena stands con fotos de Panelo y del Bolívar de Cromañón. Uno de los trabajadores, casualmente un supervisor, entra al jardín del Palacio y Harold, parado allí lo observa venir contento con una pequeña bolsa llena de lo que parecen ser tomates.

-¿Qué paso? ¡Vamos a terminar esto aquí que la sesión está por comenzar!


-No, bueno jefe es que allá afuera está un colectivo del PUFS cayéndole a tomatazos a los diputados, pero cuando vimos que eran tomates de los redondos y ¡BUENOS! ¡Empezamos a recogerlos!


-¡Pa vé!- exige Harold Pérez Alfaro. El supervisor cortésmente se acerca y le muestra el botín. Harold observa los tomates -¡Pero bueno esta gente si es miserable! ¡Hay hambre en las colas! ¡Un kilo de tomates está ochocientos bolos! ¡Nadie me lo ha contado! ¡Yo mismo fui a Quinta Crespo antes de venir para acá! Y esta gente se pone a lanzarlos.

-Jefe, lo difícil es atajarlos en el aire para que no se rompan en el suelo. Mire más tarde van a lanzar cebollas y rumoran que van a lanzar pollo congelado y huevos. Si quiere vuelvo y le traigo una bolsita- responde emocionado el obrero.

-No, no, no. Vaya y guarde eso y se trae al resto del grupo que todavía falta por terminar. Me pones a los dos de la carretilla a retirar esto, y los demás se vienen conmigo al salón tríptico, que vi una cosa rara ahí.


El trabajador cambia el rostro de entusiasmo a preocupación. Guarda la bolsa de tomates y le pide a Harold acompañarlo a aquel salón, para tener unas palabras con el nuevo jefe. El trabajador abre las puertas del Salón Tríptico. El salón está a oscuras, sólo la luz del sol que entra del patio, ilumina el lugar que está en penumbras. Harold entra cómodamente, la oscuridad no le impide transitar y notar, que entre el mobiliario hay uno que no encaja:

- Conozco este edificio y sus salones mejor que mi propia casa, y este escaparate barroco, no es de aquí ¿Qué hace esto aquí? ¡Me sacan esto de aquí ahora mismo!

-Mire doctor Harold, a mí me da mucha pena con usted, pero yo hablé con los demás muchachos. Y sinceramente, sin que me quede nada por dentro, es mejor que usted nos bote y nos arregle nuestro tiempo, porque ninguno aquí, le va a sacar a usted, esto de aquí.

-¿Cómo es la cosa?- El eco del salón, hace que la pregunta se escuche por todo el palacio y varios curiosos se asomaron a ver, qué iba a pasar con el misterioso escaparate.

El trabajador se quedó parado allí en la entrada del salón, a un costado del portón, mientras Harold, visiblemente molesto, trataba de sacarle al hombre la verdad de ese mueble y sobre lo que habría adentro, que tanto miedo causaba, al punto que los trabajadores estaban dispuestos a perder sus trabajos.

El mueble de caoba estaba cerrado con un enorme candado.

-Por lo menos ayúdame a abrir esto. Si es posible píqueme ese candado y si alguien viene poray reclamando, le dice que hable conmigo. Que yo lo mandé ¡Voy a ver qué es lo que es!
El hombre se va y a los pocos minutos, aparece acompañado de dos guardias nacionales. Uno de ellos lleva consigo una cizalla cortadora de cadenas.

-Nosotros no tenemos llave de eso, ni herramientas para picar ese candado, así que aquí están el Sargento García y el Cabo Reyes que van a usar la piqueta-, el obrero da unos pasos atrás.

-Por favor- pide Harold.

Los dos Guardias pican el candado rápidamente, pero se retiran a paso veloz. Nadie quiere estar presente para ver lo que hay dentro.

Cuando Harold abre las viejas y pesadas puertas del escaparate, este no puede creer lo que está viendo. Una brisa fría cierra los portones de acceso al salón  al tiempo que se escuchan los gritos de una mujer, los aullidos de un perro y el chillido de un gato. El supervisor va contra el portón y comienza a gritar “¡ABRANME LA PUERTA!”.

Lo único que se logra ver en la oscuridad es el brillo de los lentes de Harold Pérez Alfaro, producido por una extraña y débil luz roja, que sale de la parte de atrás del busto de Panelo que está dentro del misterioso escaparate.


Alrededor del busto de piedra negra, tallado de forma rudimentaria, se pueden observar restos de cera derretida de velas y velones de varios colores, flores marchitas y otros restos difíciles de describir, metidos en vasijas en un espacio debajo del busto. De pronto sendas lágrimas de un líquido negro brillante comienzan a brotar de los ojos del misterioso busto. El obrero ve todo aquello y siente una tercera presencia en el lugar.

-¡ÁBRANME LA PUERTA! ¡ÁAAABRANME LA PUERTA!- continúa gritando el trabajador.

-¡Cállate!- le exige Harold, del que solo se ven los vidrios de sus anteojos –compórtese como un hombre. Ya lo vi todo. Pero no es mal de morirse. Ya vamos a resolver este problemita. En la oscuridad se oye el chasquido de papeles que Harold saca, tal vez de sus bolsillos o de su cartera. Luego los dos lentes brillantes flotan hacia el fondo del salón. Se ve cuando la pantalla del teléfono digital se enciende -¿Cuál el número que marcaba Gonzalo Barrios?- murmura Harold –¡Aquí ta!- marca el número y se comienza a escuchar por unos altavoces, la voz de Harold en la línea:


-“SEÑORES EDECIO BRITO Y BRAULIO CAPOTE, favor presentarse en el Salón Tríptico, a la brevedad posible. EDECIO BRITO Y BRAULIO CAPOTE, Salón Triptico.

-¿Tenemos altavoces?- pregunta el supervisor sorprendido, sin quitarle el ojo al espantoso altar que continúa botando las lágrimas negras.


-Para que tú veas que uno aquí conoce secretos, que estos gamberros nunca lograron descubrir.

Pasados cinco minutos las puertas del salón se abren. El trabajador está sentado en el suelo y Harold parado a su lado con los brazos cruzados. La luz del patio ilumina a dos figuras que entran al salón. Son dos ancianos, uno de piel blanca y llena de canas, con un rastrillo en la mano y otro moreno, más alto, empujando una vieja carretilla de metal oxidado. Con marcado acento llanero, uno de ellos se dirige a Harold:

-Buenoj días señor Harold ¿Qué ze le ofrece?

-Mire maestro Brito, sáqueme esto de aquí con la carretilla y me lo tira allá en la esquina de Curamichate, que hay un contenedor para que se lo lleve el aseo.

-¿Con mueble y todo?



-¡Con mueble y todo! Y aquí tienen- Harold saca una moneda y se la da a al señor Brito. –Lo que sea que se vayan a comprar con eso, se lo toman después de las cinco.

-Como usté mande Jeñor, Grazias…- termina Brito, mientras el otro anciano silenciosamente saca un mecate de la carretilla, hace un nudo y luego de cerrar las puertas del escaparate, comienzan a atarlo. El supervisor temeroso ve todo aquello y sale discreta pero velozmente y Harold se despide de los dos personajes, no sin antes recordarles que la sesión está a punto de comenzar y para cuando eso ocurra, quiere ese mueble fuera del parlamento.

Toda la plana mayor del PUFS está conmocionada con el desalojo de los retratos de Panelo y el Bolivar homínido de Paneluá. Pero Carroñito y el #CapitánHallaca andan más locos aún, buscando a los dos ancianos y el escaparate.


Al no conseguirlos, Carroñito llega a la esquina de San Francisco, donde el colectivo financiado por el capitanejo y el alcalde “Perra Loca”, aguardan para agredir a los diputados lanzándloes productos que sus bolsillos no pueden pagar. Este se acerca al Pran (El Líder) y le pregunta:

-¡Mira! ¿Viste a dos viejos con una carretilla llevando un escaparate?- El Pran se encoge de hombros y no sabe que responder. Pero una señora gorda de baja estatura le responde:

-¡Yo los vi! Cogieron pa yá pa la Lecuna. No iban tan rápido, seguro los alcanza- Ante esa respuesta Carroñito da instrucciones a cuatro de motorizados, agentes del SIBOL para que detengan a los viejos herejes. Los ocho agentes, conductor y parrillero, pistola en mano, recorrieron la Avenida Lecuna desde la Avenida Baralt hasta la autopista. Uno de ellos llegó a pasar por Curamichate, justo cuando la compactadora del camión del aseo, trituraba el mueble y su contenido.


Los detalles de la sesión del nuevo parlamento ese día, no son importantes para este relato. Importante fue la respuesta del régimen ante el “sacrilegio”, empapelar la ciudad con fotos de Panelo y retratos del Bolívar cavernario. Todos los revolucionarios sintieron congoja por la afrenta del Presidente del Parlamento, menos Winton Vainilla, que se ganó el multimillonario contrato para imprimir las imágenes.


Al siguiente día de la “limpieza”, Hermes Rodríguez, con dos comisarios del SIBOL, se acercaron al departamento de Recursos Humanos de la Asamblea Nacional para pedir los expedientes de Edecio Brito y Braulio Capote:

-Buenos Días Marielena ¿Me tiene lo que le pedí por teléfono?

-Buenos días señor Hermes. Si señor aquí están los expedientes. Hice que usted viniera personalmente a buscarlos para que los vea, porque yo no quiero problemas, ni con usted ni con los jefes nuevos, ni con nadie. Yo soy aquí una empleada más.


-Caramba ¡Muy apolítica usted ahora! ¡No decía igual cuando nosotros éramos los jefes! Pa ver- Hermes comienza a revisar el expediente detenidamente, mientras la mujer espera.

-¿Pero qué guarandinga es esta?

-Sí señor. Lea Bien.

-¡No puede ser!

-Pues sí señor. El señor Brito murió en 1942 y el señor Capote en el 45. Eso sí, ellos nunca dejaron de venir a limpiar, recoger las hojas y regar las matas. A veces, hasta hacen café en el palacio, cuando la sesión dura hasta la madrugada. ¿Nunca se preguntó como el palacio estaba limpio cuando todos estaban de vacaciones? O ¿Por qué nadie los botó cuando la señora Ramos metió a toda su familia a trabajar aquí? Como son dos ancianos muy discretos, a nadie le importaba saber si estaban vivos, pero ahora que se hicieron famosos….


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Dedicado a la nueva Asamblea Nacional, elegida el 6 de Diciembre de 2015, con 112 Diputados de la unidad democrática.

Celebrando además el regreso de nuestros símbolos patrios a las instituciones.






La segúnda del temporada #ComandantePanelo no ha terminado. No te pierdas las series

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