martes, 24 de enero de 2017

CAPITULO 2.13: LA CAMINATA




Es una mañana fría de enero en Caracas. Hay neblina en el ambiente y nubes blancas y grises cubren el Ávila. De pronto entre ellas se observan destellos de luz, como relámpagos que no llegan a tener contacto con la tierra. Son las seis de la mañana, aún es oscuro, un anciano vestido de suéter marrón y  pantalón gris viene bajando de la montaña por Sabas Nieves. Lento, por usar bastón, el anciano camina por las calles poco transitadas, hasta encontrarse con una larga fila de personas.



Muchas de esas personas duermen en el piso frío. El anciano se detiene al lado de una mujer que está entre los primeros de la fila, a las puertas de un automercado, y le pregunta: “¿De qué es la cola?”.


-No sabemos señor, dicen que de harina-. El anciano mira la cola que llega a la esquina y cruza.


-No es lo mismo ver esta cola desde arriba que verla acá abajo-, comenta el anciano al ver la cantidad de ancianos y niños de dormitan y tosen en la cola.

El anciano mira las caras de tristeza y desesperación en esa cola. Son casi mil personas. El anciano se toma la molestia de recorrer la cola y le da la vuelta a la cuadra. Mientras más camina, y se acerca al final, la tristeza es mayor. El anciano se acerca a las puertas de servicio del automercado, donde otro grupo de personas hacen guardia para saber si llegará algo de comer y si esto será suficiente para todos. Entre esas personas, está una joven que pronuncia una frase: “Señor por favor, que hoy pueda llevar un poco de harina a mi casa”. El anciano se voltea y se dirige a la chica.


-¡Claro que llevarás harina a tu casa hoy!

-Señor, llegue a las cuatro de la mañana y la cola ya doblaba dos esquinas. No hay nada de comer en mi casa- la joven está a punto de llorar.

-Nunca dejes de tener fe hija-, la chica asiente y el anciano se retira. 

Tamaña sorpresa la de todos en la cola, cuando al abrir sus puertas, ya adentro había una pila de paquetes de harina de maíz. Incluso los trabajadores y hasta el dueño del automercado se preguntaba ¿De dónde salió esa harina? El caso es que no podía dejarse de vender. Luego de instalar la logística de seguridad y venta propia del racionamiento que rige el país, la harina se comienza a vender. Las personas llevaban 2 paquetes por persona. La cola transcurrió en paz, no hubo coleados ni alborotadores, la joven que pidió a Dios poder llevar harina a su casa, pudo comprar.


Pero luego de cuatro horas de venta de harina de maíz, un encargado se da cuenta, que parece que la harina no se termina, pero para no causar pánico, prefería no decir nada y acallaba a aquellos que se daban cuenta. El hombre en silencio daba gracias a Dios por el milagro. 


Llegó un momento al final de la tarde, que decidieron vender la harina sin respetar el número del terminal de cédula del día. Aún así la harina no se acababa, y la cola había amainado bastante. Al cerrar el automercado, ya hasta el último empleado del supermercado, había llevado harina. Sólo quedaba por probar suerte el vigilante del local que se quedaría a pasar la noche en el centro comercial, quien tomó sus dos paquetes de harina. De nuevo el misterio eriza la piel de las cajeras al ver que luego que el vigilante tomara sus dos paquetes, la harina se había terminado.

Pero el milagro no se limitó al supermercado. Las personas que compraron harina, para llevar a sus casas y dar de comer a su familia, notaron como cada paquete rendía quince días exactos, independientemente la cantidad de arepas que prepararan. En cambio, los avaros, que compraron la harina para revenderla en el “mercado negro”; notaron que al abrir sus bolsas y paquetes, la harina y todo lo que habían comprado para revender, había desaparecido. A pesar de estar cargando con su peso todo el día, los productos se evaporaron.

Minutos después de pasar por el automercado, el anciano observa más adelante otra cola, más corta. Seguro se trata de  otro supermercado. Pero al acercarse aún más, no ve supermercado cerca, sólo un restaurante. El anciano detalla a las personas que esperan a las puertas del restaurante. Hay personas muy pobres, hay menesterosos vestidos con harapos, pero también hay hombres y mujeres mejor vestidos, pero sus rostros reflejan hambre, desesperación y tristeza. Hay niños que inocentemente corren y ríen a la espera de algo que va a ocurrir. Otros niños están débiles, abrazados a sus madres. De pronto, la pequeña puerta en el centro de la Santamaría del restaurante se abre. Un hombre saca una carretilla y luego dos grandes bolsas negras. Son los desechos de la noche anterior.

El hombre de la carretilla está temeroso, los que están en la improvisada cola están ansiosos. El hombre no termina de depositar las bolsas en la base del poste donde suele colocar la basura y las personas se abalanzan sobre ella.



El anciano observa todo aquello con tristeza e indignación. El anciano niega lentamente con la cabeza, pero su indignación es interrumpida por una niña con la cara sucia.


-¡Señor! ¡Señor! ¿Tiene pan para comer?

-¿Dónde están tus padres nena?

La niña de unos cinco o seis años, se voltea y señala a un hombre y una mujer que escruta en una de las bolsas junto con otros dos niños más grandes. El anciano llama al hombre:

-¡Señor! ¡Señor!- el hombre voltea y observa a su hija al lado del anciano. El anciano lo llama y casi de la nada, saca un bolso de tela sintética y se lo muestra. El hombre cauteloso, llama a su hija y se acerca al anciano.


-¡Digame señor!

-¡Pare ya de hacer eso! Tenga, dele de comer a su familia.


El hombre toma la bolsa y en su interior hay dos piezas de pan campesino y una bandeja de queso y otra de jamón. El hombre con lágrimas en los ojos toma la bolsa y casi de rodillas le da gracias al anciano.

-¡Cálmese! Saque a su mujer y a sus hijos de acá y coman.

La familia abandona el basurero y se va a una plaza cercana y comienza a comer. Primero los niños, luego la mujer y por último el hombre. Todos comen con alegría. Al llegar a su modesto rancho, el hombre y la mujer, deciden darle gracias a Dios. Ese ser supremo que pensaron que se había olvidado de ellos.

El anciano continúa recorriendo las calles de Caracas. Todavía no se recuperaba de la larga cola de la harina, para luego ver el deprimente espectáculo de aquellas personas comiendo de la basura. 


Al pasar por las puertas de una reconocida cadena de farmacias, una señora de la temprana tercera baja las escaleras de la entrada, hecha un mar de lágrimas. La mujer está a punto de desmayarse a los pies del anciano, pero este con fuerza la sostiene y la hace sentarse en uno de los escalones.

-¿Qué tienes mujer?

-Estoy buscando esta medicina señor, sin ella puedo morir. No hay en ninguna parte. No tengo dinero para comprarla “bachaqueada” -. El anciano está familiarizado con el término con el que la propaganda Goebbeliana del Régimen de Nicodemo, llama al “Mercado Negro”.

-Necesito el doble de la pensión para poder comprarla. La pensión no me alcanza ni para comer ¡Voy a morir señor! ¡Dios! ¿Por qué?- La mujer arranca a llorar. La tristeza y el estrés de no conseguir el medicamento pueden hacer que su corazón estalle definitivamente y muera.

El anciano saca de su pequeño bolso una especie de termo para café. El tamaño del termo, desafía las leyes de la física al ser más grande que el bolso. Pero la mujer no lo ha notado, sólo solloza con la mirada perdida. El anciano sirve un poco del contenido del termo en la tapa, que sirve como vaso, y la mujer lo bebe. El anciano ayuda a la mujer a incorporarse.

-¿Cómo se siente?

-Mejor señor ¡Gracias! ¡Que Dios lo bendiga!- la mujer más calmada continúa su camino.

El anciano nota que de la farmacia salen varias personas tristes y angustiadas. Tampoco consiguen medicinas. Un niño completamente calvo por la quimioterapia, camina abrazando a su padre, que hace un gran esfuerzo por no reventar a llorar. El anciano le toca el hombro y con la otra mano, le hace una señal de bendición al niño. Luego de repartir una que otra bendición y de servir algunos vasos de su termo a otros enfermos que hacen su búsqueda de medicinas, el anciano retoma su camino. Pero esta vez está mucho más molesto.



-No puede ser que este país esté en este estado. Una y otra vez no me cansaré de repetirlo. Cuando cree este mundo le arrojé toda clase de riquezas, para que los hombres trabajaran y no les faltara nada y mira como está esta pobre gente. Culpa también de su propia necedad, orgullo y falta de fe. Tengo que hacer algo y pronto.

El anciano se detiene en la esquina a esperar la luz del semáforo para poder cruzar. En un carro Chevrolet Optra color negro, cuatro sujetos esperan frente a un colegio que está al cruzar la calle. Uno de los sujetos observa al viejo y dice:



-Diablo ¿Por que más bien no secuestramos a este viejo que está en la esquina? Míralo, parece portugués, está limpiecito y bien vestido.

-¿Qué dice tu Yolman? Mira que secuestrar chamitos es chimbo mi pana, nos consiguen rapidito- pregunta otro de los sujetos.

-¡Cállense! ¡Miren los escoltas que tiene ese viejo!


Los cuatro hombres se quedan mirando a los dos tipos pálidos de casi dos metros de altura que acompañan al anciano a cruzar la calle. Uno de ellos se queda mirando el carro negro. Las tres figuras pasan frente a la vidriera de un local comercial, pero solo el anciano se ve reflejado en los cristales.

Llega el momento que los secuestradores comentan su fechoría. Secuestrarán al hijo de un modesto comerciante. El colegio ha abierto las puertas para que salga el empleado de mantenimiento, como lo habían planeado. En su lugar salen cinco funcionarios de la policía judicial pistolas en mano. Uno de ellos, Horacio, no duda en reconocer a los tipos del carro y se inicia una balacera. Los cuatro secuestradores mueren en el acto. Pero aún los funcionarios se preguntan cómo llegaron allí, si acababan de abrir la puerta de una casa, en un barrio a cinco kilómetros de ese lugar.


Pero la suerte del anciano con la inseguridad que azota el país, no cambia. Cinco calles más adelante, el viejo espera poder cruzar la calle y dos tipos en moto le pasan por el frente, tratando de arrebatarle su bolso. El viejo sujeta las correas del bolso con fuerza descomunal, pero sin perder su compostura. Los motorizados pierden en control de la moto y se estrellan, quedando tendidos en la acera y la moto humeante y destrozada.



-¡Como hay ladrones y asesinos!- exclama el anciano.

-Y eso que llevamos rato haciéndole caras feas a los que se lo quedan viendo para hacerle daño señor- responde uno de los dos blancos guardaesaldas.

El viaje en el metro no fue mejor que la caminata.


La estación parecía un basurero y los trenes verdaderos camiones de basura, la cual no se notaba porque estaban atestados de gente. El anciano fue atropellado por los que trataban de entrar al tren y por los que intentaban salir de él. 


Un hombre gritaba y vociferaba maldiciones y corría lejos de la multitud. Era un carterista que le había metido la mano en los bolsillos al anciano, cuando forcejeaban por entrar al tren. El tipo palpó un teléfono celular, tal vez un iphone, pero al sacarlo de los bolsillos del viejo, sus dos dedos fueron casi cercenados por una trampa para ratones.


Dentro del tren, el anciano tuvo la suerte que un joven le diera el puesto, gesto que el señor agradece. El joven se sostiene del tubo mientras piensa irse del país, dejarlo todo atrás y volver a empezar, ya que en su tierra no ve futuro. El anciano interrumpe sus pensamientos.

-Hijo. Donde vayas te irá bien, porque eres cortés, honesto y responsable. Lo importante es que en las buenas y en las malas, siempre te acuerdes del que está allá arriba. En las malas para pedir ayuda y en las buenas para dar gracias. Cuando las cosas se organicen acá, volverás.

-Seguro señor ¡Gracias por el consejo!- se aleja el joven con alegría, al bajarse en su destino.

Los dos guardaespaldas del anciano están apretujados entre la multitud del tren. No se sujetan de los tubos porque es tanta gente que no les dejan sacar los brazos, aunque tienen tanta fuerza y equilibrio que la inercia del tren no los mueve ni un milímetro.

-Señor ¿Qué piensa hacer?- pregunta uno de ellos, que es sujetado con fuerza por un par de señoras, una en cada brazo, para evitar caerse.

-Gabriel, iré personalmente a “dialogar” con el responsable de este desastre.

-Disculpa mi falta de fe Señor, pero. Ese tipo no le va a hacer ningún caso.

-Ya vas a ver que sí. Rafael ¿Estás bien?

-Sí señor. Sólo que hay una joven hurgando en los bolsillos traseros de mi pantalón.



La carterista saca de los bolsillos de Rafael un sándwich tipo “pepito” de carne y pollo y del otro bolsillo una bolsa de papas fritas. La mujer está atónita con el hallazgo, pero igual trata de escabullirse entre la multitud en la salida de “La Hoyada”. Rafael la llama, “Hey chica” y saca del bolsillo de su chaqueta una botella de malta con su pitillo y se la da. Cuando la joven sujeta la botella, Rafael la contiene para aconsejarla o para lanzarle un pequeño conjuro.

-Cada día que dejes de drogarte, tendrás para comer. Ve donde el hombre que predica en la plaza allá arriba. Él te ayudará-, la joven asiente y sale del tren. -La pobre roba para comer-, le comenta Rafael a su Señor.

Al salir del metro en Capitolio el anciano nota que en la Plaza Caracas están montando una tarima. El viejo se acerca a un afiche que un joven está colgando, mientras Gabriel, detrás del anciano, le pone el pie a un tipo que corre con una cartera de mujer, que acababa de robar. Este cae, pero antes de tocar tierra, Rafael le quita la cartera que trae. El sujeto se incorpora con ánimos de pelear, pero al ver a los dos guardaespaldas del anciano, decide seguir su camino sin protestar. Pocos segundos después aparece la dueña de la cartera y los ángeles se la entregan. La mujer no duda en agradecer el recuperar uno de sus bienes más preciados.

-¿Cómo puede ser posible esto? ¡Me siento como si volviéramos a los tiempos de la Roma de Tiberio, Calígula y Nerón!

-¿Qué sucede señor?- pregunta Rafaél



-¡Este miserable asno, va a armar una jornada de conciertos, en medio de la mendicidad, el hambre y la enfermedad que sufre el pueblo! ¡Definitivamente tengo que hacer algo!



El anciano toma rumbo norte, hacia el Palacio de Miraflores, seguido de sus guardaespaldas.

De camino a Miraflores, el anciano pasa frente al Banco Central y ve a un grupo de personas protestando y siendo reprimidas por un piquete de Guardias Nacionales. Las personas airadas gritan y lloran. Son cerca de doscientas personas las que protestan. El anciano se acerca a otro anciano que protesta.



-Buenos días ¿Qué sucede?




-Estos desgraciados. Están locos y quieren volvernos locos como ellos. Nicodemo mandó a recoger los billetes de 100 en 5 días. Yo pase noches de frío aquí para poder canjear 100mil bolívares en billetes de 100 que hice vendiendo café en el mercado de Coche. ¡Los ahorros de toda mi vida! Vinieron y me dieron un vale que supuestamente se haría efectivo en una cuenta que tengo ¡Y nada! ¿Qué haré? Si un kilo de arroz cuesta cinco mil bolívares, y eso si logro comprarlo ¡porque las colas son largas!



De pronto se observa como los guardias empujan a las personas para que le abran paso a una pequeña caravana de camionetas blindadas y motos con escoltas armas largas. Los dos ancianos miran las camionetas desplazarse hasta perderse de vista.


-¡Allá van! Esos tienen el dinero que a nosotros nos han robado- reprocha el anciano.

-¡Tranquilo! Vamos a hacer algo. Ve a ese cajero automático y revisa tu cuenta, seguro debes tener tu dinero allí.



-¿Pero cómo?

-Anda y ve. Diles a esas personas que revisen sus cuentas.

El anciano que protestaba hace caso y al revisar su cuenta nota que los 100mil bolívares están disponibles. Los protestantes al enterarse de esto, abandonan la calle y los guardias se tranquilizan. En el Banco Central están aliviados porque la protesta cesó, aunque pasarán algunos días en enterarse por qué. Las personas estaban maravilladas de poder cobrar su dinero, pero un poco contrariadas, porque hasta hace un par de horas esos cajeros estaban vacíos, fuera de servicio y algunos vanalizados.



A kilómetros de allí, en la lujosa residencia Junodado Calígula Descabello, se escucha un grito furioso.  Al abrir la puerta del cajón de una de las camionetas blindadas, que se abría paso entre los estafados protestantes de la Avenida Urdaneta, descubre que el paquete de efectivo en billetes de 100 dólares que había mandado a transportar, ha desaparecido.



Pobres agentes del SIBOL a los que se le dio el encargo de transportar esos 30 Millones de dólares, pero de algún lado debía salir el dinero para honrar los vales que le dieron a esa pobre gente, y con el dólar a 4000, era como la multiplicación de los panes.

El anciano llega a las puertas de Miraflores con sus dos guardaespaldas “invisibles”.



-Si pide hablar con ese señor en la garita, seguro que le pondrán una excusa, será mejor volar y atravesar aquella pared, o simplemente aparecer de pronto. Como usted prefiera.

-Mejor nos aparecemos. Un viejo volador, se va a ver así como extraño Gabriel-, responde el anciano, sin abrir los labios, para no parecer ante los guardias como un  viejo loco.



El anciano se aparece en el despacho de Nicodemo. Hay salsa de la Dimensión latina a todo el volumen que dan sendas cornetas de 1600 wattios. Las bibliotecas y el mesón de reuniones han sido retirados para hacer una pista de baile con luces de bola giratoria. Encima del viejo escritorio que perteneció a Bolívar, se colocó un discplay con su Dj operando los “platos” o tocadiscos de aguja y varios denon para CD y Ipods. En medio de la pista está Nicodemo bailando y siendo transmitido en directo por cadena nacional.


-¡Oiga señor! ¿Qué se supone que está haciendo?- interrumpe la cadena el anciano que aparece  de pronto en cámara, luego de traspasar la pared.

-¿Quién eres tu viejo? ¿Por qué me interrumpes mi cadena? ¿Quien te dejó pasar pa cá?

-Vengo a buscar la razón de tanto sufrimiento en las calles de este país. Y encontré la razón; lo encuentro a usted ¿bailando salsa?



-¡Claro! Bailo porque he salido ¡VICTORIOSO!, ¡INVICTO!, ¡INDESTRUCTIBLE!... Primero me quitaron la Asamblea, pero yo les puse el TSUV. Les quite tres indiecitos. Me querían sacar con un referéndum y el TSUV les invalidó las firmas. Me quería quitar las gobernaciones y las alcaldías, y el TSUV me avaló mi decreto de Guerra Económica; suspendí las elecciones con el CNE y Tibisí. Me querían sacar por colombiano y el TSUV me bautizó venezolano, al punto que hasta mi vicepresidente Tarek Bin El Salami puede ser presidente también, siendo sirio. Luego los escuálidos quisieron salir a protestar para derrocarme, pero yo les tenía una trampa servida: El DIABLOGO, con mis amigos, los ex presidentes,  Zapatiao y Sampao nos trajimos nada más ni nada menos que al Papa Pancho, para que armara un dialogo, una reunidera, una mediación, unas fotos y logramos que la oposición renunciara a todas sus acciones de calle, en un dialogo bizantino y eterno, donde yo hago comentarios “jocosos” que el mundo cree, son promesas que cumpliré. Pero en la realidad no cumplo nada, mientras en la oposición, se desguazan entre ellos y permanecen a su vez estáticos, paralizados, congelados, frente al avance indetenible del ¡PLAN DE LA PATRIA MEJMA DE PAZ FELICIDAD Y AMOR!



-¿Dices que Pancho forma parte de tu plan?- el anciano voltea a ver a sus ángeles guardianes y estos asienten con pesar- ¡Tengo que resolver esto! Usted es un necio, es un mediocre, un evadido de toda realidad y alejado de todo sentimiento de amor, honestidad y responsabilidad. Un entregado a la gula, la soberbia y a la autocomplacencia. Haciendo fraudes a la ley para sostenerte en el poder, mientras tu pueblo muere de hambre, enfermedad, y la violencia, de ladrones y asesinos. Eres peor que Herodes y Nerón juntos.

-¡Pero bueno viejo chuchumeco! ¿Qué te pasa a ti? ¿Quién eres tú para hablarme así? ¡Cabezecaja ven aca!

Un agente del SIBOL con la cabeza como una caja, aparece con la pistola en la mano amenazando al anciano. El anciano no se intimida al ser apuntado con el arma.

-Mira agarra este viejito golpista y me lo guardas allá en “LA TUMBA”. Y lo acusamos de golpista, magnicida. Y me lo pasas por BTV como una victoria más del “Comando Siembra Golpe”.
-¡Ven acá viejo!- el anciano es llevado casi arrastrado por Cabezecaja hasta las afueras del palacio donde una camioneta del SIBOL lo espera para ser llevado a “LA TUMBA”, donde tienen a más de 200 presos políticos.

-Señor ¿Está seguro que no desea que intervengamos?

-No. Vamos a ver hasta dónde me llevan con esto Gabriel-, responde el anciano a Gabriel, uno de sus ángeles guardianes.

-Señor, la última vez que nos dijo esas palabras lo terminaron metiendo en una cámara de gas en el campo de concentración de Treblinka.

-Y convertí el gas en agua. Así que no se preocupen.



Cabezecaja echó al anciano esposado en la parte de atrás de la  camioneta. El conductor de la unidad recibe instrucciones de llevar al detenido y aplicarle “El Tratamiento”. El copiloto observa al anciano y se impacienta. El conductor inicia la marcha y no deja de observar al anciano a través del retrovisor. El anciano se sienta erguido y tranquilo, con la mirada fija en sus captores. El conductor está sudoroso y tembloroso; parece que hay algo que el puede ver en el detenido que el copiloto no ve.

-¿Por qué estás tú aquí? ¿Por qué me atormentas?-, pregunta el conductor. El copiloto también observa al anciano y le pregunta

-¿Verdad pure? ¿Por qué está aquí?

-Tu amigo sabe, míralo bien.

El copiloto mira a su compañero y ve como este de pronto está sudoroso, demacrado y con la cara azulada.

-Rrrrrga chamo ¿Te sientes bien?

-Cgrrr para ya ¡Para!- trata el conductor de no perder el control de la camioneta.-Umpaluma mengele bele mamalu beiza bieza umaplaumpa-, reza el angustiado conductor al ver con pavor lo que carga en el asiento trasero de su camioneta.

-¿Sabes que imbécil? Rezándole a tu dios falso no te vas a salvar de que te vaporice- amenaza Gabriel, sentado al lado derecho del anciano. Rafael sentado a la izquierda del anciano ríe y niega con la cabeza.


La camioneta llega a “LA TUMBA”, donde dos agentes del SIBOL bajan al anciano y lo llevan casi arrastrado hasta el cuarto de reseñas, donde lo espera una mesa con las evidencias del “crimen” del anciano: dos paquetes de lo que parece ser explosivo C4, y un viejo fusil FAL, oxidado y con culata de madera.


El conductor de la camioneta, apenas llegó a su destino, abrió la puerta, echó una vomitada, y salió corriendo para la calle. Rafael, lo sigue apenas unos diez metros más atrás. El agente con cara de muerto, clama por que lo dejen en paz. Rafael se quita los lentes y con un rayo color azul brillante, que sale de sus ojos, lo convierte en una nube de humo negro, que se disipa al tiempo que un horroroso grito como de mujer, se apaga.

-Manda a decir Cabezecaja que este viejo quería tumbar el gobierno, él solo con estas cosas- dice el copiloto de la unidad que trasladó al anciano, a uno de los agentes del SIBOL, que hace la reseña. El hombre estalla en carcajadas y le dice a su compañero:

-Al menos deberíamos cambiar el fusil o ponerlo para la izquierda. Ya hemos reseñado a diez militantes de la “Unidad Democrática” con el mismo fusil y las dos panelitas de C4 en las últimas tres semanas. El juez y los fiscales al ver las fotos, nos sacan la madre, sin contar con la gente por Twitter.

-No sé chamo…

El viejo mira las evidencias y luego mira a Gabriel que se encoge en hombros.

De pronto se acerca un agente del SIBOL regordete al lugar de la reseña y observa al anciano. También empieza a sentir los mismos síntomas, que el conductor de la camioneta que lo trajo. Casualmente, algunos agentes que “sintieron” la presencia del anciano en el lugar, comenzaron a ausentarse de sus puestos y a escapar lo más lejos posible de la sede de la Gestapo Boliche.


-¿En serio? NOOOO, NOOO me llevaré a ese viejo ¡No quiero!

-¿Qué te pasa Sanoja? Estás enfermo o algo ¡Termínate de llevar al viejo de aquí para la celda!

El godo le pide al anciano que circule por el oscuro pasillo de las mazmorras, pero que por favor no no toque, ni lo atormente.


-Ustedes son demonios. Gente que vendió sus almas al maligno para tener fortuna, y miren en lo que pararon. Sus almas directo al averno, mientras sus cuerpos, pudriendose, los ocupan entidades demoniacas dedicadas al mal.

-¡Cállate, no me atormentes!- dice el carcelero.

-¡Méteme en esta celda! ¡Te lo ordeno!- le dice el anciano al carcelero.

-Nooo. Debo ponerte en aislamiento.


Gabriel moja el dedo índice derecho, con su lengua y lo mete dentro del oído del demonio vestido de SIBOL. El agente chilla y echa humo por el oído, mientras los presos ven, en silencio, el espectáculo, de un anciano esposado y el carcelero torturador de oficio, lloriqueando, convulsionando y retorciéndose. El Carcelero obedece y abre la celda que eligió el anciano y este entra.

-¡Debo quitarte las esposas!

-¿Cuáles esposas? ¿Estás? El anciano arroja las esposas al rostro del carcelero endemoniado. Su rostro y sus manos son quemados, al entrar en contacto con el metal convertido, del acero inoxidable, a la plata más pura de ley. Cayendo las esposas humeantes al suelo.

Dentro de la celda están tres jóvenes, sucios, vestidos con harapos, delgados y con golpes y raspones en sus caras. Uno de ellos está tendido en el suelo, inconsciente. Los otros dos están hincados de rodillas, uno a cada lado. A la derecha del tendido, está uno de ellos orando con angustia. El otro, al ver al nuevo compañero de celda, se acerca al anciano:



-Señor siéntese en la cama-, le pide al anciano, pero este no hace caso y se hinca de rodillas al lado del joven tendido en el suelo.

-Tranquilo hijo, no es necesario-, el anciano palpa el cuerpo del joven, comenzando por su cabeza. -Tiene varios hematomas intracraneales, hemorragia interna acá- señala en las costillas-, tiene un par de fracturas.

El joven que ora en nombre de Dios y Jesús, abre los ojos y se queda atónito al ver al anciano:

-¡No puede ser!

-¿Qué tienes Yilmer? ¿Por qué le hicieron esto?- pregunta el anciano.

-Porque no quiso firmar una declaración a favor del DIABLOGO, para paralizar a la oposición al régimen. El Papa Pancho recibiría esta declaración con satisfacción porque pensaría que se nos están respetando nuestros derechos, pero no es así. Necesitamos estar libres con nuestras familias y con nuestro pueblo que sufre. Harían publicidad y se tomarían fotos con esta declaración. Todos acá sufrimos, sin haber cometido ningún crimen.- responde el joven que está de pie.

-¿Quién le hizo esto?- los jóvenes hacen silencio, pero Yilmer apunta su mirada al carcelero.

-¡YO NO! ¡NO YO NO FUI! ¡YO OBEDECÍA ORDENES SUPERIORES!- exclama el carcelero, cuyo aspecto está cada vez más deteriorado por la exposición de su endemoniada existencia, a la energía del anciano y los ángeles que lo acompañan.

-Me conmueve tu obediencia-, Gabriel se quita los lentes y el rayo luminoso que sale de sus ojos vaporiza al carcelero. El humo negro se esparce al mismo tiempo que se escucha un grito de horror que se apaga cuando el humo se disipa totalmente.

-Yilmer, agarra a allí, nos vamos de aquí, ahora mismo. Y no me quedes viendo así, me has visto muchas otras veces en tu vida, y nunca habías puesto esa cara- ordena el anciano cargar al joven inconsciente, el otro muchacho lo sostiene por las piernas. La reja de la celda se abre sola y los tres salen.

-¿Estamos escapando?- pregunta Yilmer.

-¡Nah! ¡Rafael! Ocúpate de la burocracia de esta gente.

Los tres presos cargando al herido pasan por el pasillo a la vista de todos los presos, mientras los agentes del SIBOL, encargados de ser carceleros, parecen ciegos, no los ven, y los que pueden verlos le abren paso huyendo de la presencia del anciano.

-¡Gabriel abre esa puerta!- la puerta se abre sin que Gabriel le ponga una mano encima, los presos entran por ella y la puerta se cierra.


Al cruzar la puerta, el grupo entra en un quirófano. El anciano instruye a los dos jóvenes que pongan al herido encima de la mesa de operaciones. Luego de eso, se quedan maravillados.

-¡Esto creo que era el cuarto de limpieza donde nos torturaban! No un quirófano tan límpio.

-No, el nos puso en otro lugar. Lejos de donde estábamos- responde Yilmer.

-Es correcto, estamos en una clínica que queda frente al hotel donde se celebra el fulano diálogo ese.- responde el anciano.


La puerta se abre y entra un médico. Este saluda a todos quitándose el sombrero negro que carga.

-¿Es en serio?-, Pregunta Yilmer.

-¡Claro! José Gregorio, ellos son los diputados de la Asamblea Nacional,  Yilmer Castro y Robert Matilla. Y este muchacho es Alexis Guevara, es líder estudiantil, también diputado. Ocúpate de el por favor.

-¡Señor! ¡Cuántos hematomas! ¡Y esas costillas! Ni cuando la rotunda de Gómez. Será rápido, pero esperen afuera. Rafael puede quedarse a ayudarme.

El anciano y los dos jóvenes salen de la sala de operaciones hasta un salón de espera, donde se puede ver el hotel Marriot, donde se celebra el “dialogo”.


-Yilmer ¿De dónde lo conoces?- pregunta Mantilla a Yilmer, mientras el anciano se pone de pie, frente al ventanal.

-Todos lo conocemos. En los ancianos, entre los enfermos, entre los presos, entre los hambrientos. Sólo que somos pocos los que logramos reconocerlo con sólo verlo. Yo lo conocí en la prisión. En mi otra vida. Él me dio la oportunidad de ser un verdadero hombre nuevo. De volver a nacer en su gracia.

Pasada media hora, el Doctor José Gregorio Hernández y el joven convaleciente salen del quirófano. El joven camina por sus propios medios pero con lentitud y sujetándose la cabeza. No se observa ninguna herida.

-¿Cómo te sientes?- pregunta Yilmer.

-Bien pero con un poco de mareo.

-¡Vamos a ir a ese hotel! Vamos a ver de qué trata el fulano “dialogo” ese.

El doctor José Gregorio anuncia que su trabajo ha terminado y se desvanece en un instante, en medio de una luz enceguecedora. Gabriel y Rafael se preparan para salir, con los tres diputados liberados.

-Estamos harapientos señor.

-En el hotel se cambiarán.

-Precisamente, no nos van a dejar pasar así.

-Te preocupas demasiado Yilmer. Vamos, no hay tiempo que perder. De donde los saque a ustedes hay muchos más sufriendo.

Los seis hombres cruzan la calle y entran al hotel sin despertar sospechas ni ser vistos por los agentes del SIBOL que custodian el lugar. Pero a escasos metros de la entrada, una mujer mayor que circulaba por la via, reconoce al anciano y comienza a gritarle:

-¡HOMBRE MILAGROSO HOMBRE MILAGROSO!- y corre hacia el hotel donde es detenida por un policía. –El agua milagrosa de ese hombre me curó de la diabetes ¡Ya no tengo diabetes!


-¿Y esa señora? Pregunta Aléxis.

-Alguien que ayudé más temprano.

Los seis se acercan a la recepción, y el recepcionista atiene complacido de volver a ver al anciano:

-¡Buenas noches señor! Jamás pensé verlo por acá. Gabriel, Rafaél, mis respetos ¿En qué puedo servirles?

-Una habitación para los seis.

-¡Tenga las llaves! Tienen una maravillosa vista de la ciudad. Les hare subir comida y unos trajes para los señores.

Los tres jóvenes liberados están sorprendidos. En el ascensor, se sienten tentados de preguntar qué fue lo que ocurrió. Y el anciano, que puede leer sus pensamientos, responde.

-El joven forma parte del programa de ángeles que viven en la tierra como humanos.

-¿No es maravilloso?- exclama Rafael.

-¡Por favor!- protesta Gabriel –Es un programa para angélicos enamorados de los humanos. Conozco lo suficiente este mundo como para no querer venir a vivir aquí.

-Ya te veré con tu planillita. No le hagan caso muchachos. Gabriel, es un amargado.

Luego de asearse, comer y vestirse, los tres jóvenes liberados se disponen a bajar al salón de conferencias donde el Papa Pancho se reúne con los tres ex presidentes tarifados, miembros del régimen y la oposición. El grupo de seis se escabulle entre los miembros de la seguridad, compuesta por agentes del SIBOL y guardias presidenciales. Algunos agentes, cuyas almas están entregadas al maligno, perciben la presencia del anciano, pero lejos de alarmarse se aflojan las corbatas y se alejan. La radiación que emana de su luz, los puede matar de manera lenta y dolorosa.


El Papa Pancho está bien fastidiado. Los hermanos Pereza y Perra Loca, no dejan de tomarse fotos con él, tipo selfies, abrazándolo y besuqueándolo. A cada rato suben a las redes sociales dichas fotos con comentarios provocadores para el público radical del PUFS, haciendo ver que el santo padre es su aliado; otros mensajes siembran angustia y desazón entre los opositores, sobre todo aquellos que forman parte de la fe Católica. 

Las redes sociales hierven de ira, contra el Papa y la UD (Unidad Democrática) por asistir por cuarta ocasión, a un dialogo que no es más que una farsa, que paraliza las acciones de protesta, mientras el país va muriendo.


El anciano y sus acompañantes irrumpen en el salón, donde se celebra el famoso “diálogo”, para encontrarse con el patético panorama:


Los  ex presidentes tarifados cobrando en efetivo y al momento sus horas de servicio, por temor a que Nicodemo les quede debiendo. El Papa Pancho tomándose fotos con los hermanos siniestros y la directiva de la oposición congelada y exhibida como un trofeo. En la pared del fondo, un monitor por el que se ve a Nicodemo bailar salsa.

-¡Pancho! ¿Qué está pasando aquí?

-¡Jefecito! Che, ha venido usted personalmente a bendecir este…. Eeee… “DIALOGO”.

-Lo que veo es un desastre allá afuera. Todavía no entiendo que es lo que hacen aquí ¿Qué haces tomándote fotos con ese par de demonios?

-Créame que ysho no lo hice por voluntad propia-, se excusa Pancho mientras Perra Loca comienza a acalorarse, temblequear, salirle ojeras y enrojecerse sus ojos.


-¿Qué huele así? ¿Qué es esta pestilencia?- mira el anciano a Pancho, y este con la cabeza hace un gesto señalando a la Pereza.

Perra Loca se sorprende de ver a los tres diputados que deberían estar presos, pero en vez de lanzar una maldición de las que acostumbra, echa una vomitada y cae al suelo entre convulsiones. La pereza trata de levantarlo pero al doblarse echa un gas  tan putrefacto que apañarse no es suficiente, porque hasta los ojos de los presentes arden.


Perra Loca continúa retorciéndose en el piso y de pronto se incorpora, sentándose en el piso y con fuerza descomunal se rompe la camisa, dejando su secreto, a voces, al descubierto.

-¿Estás viendo eso?- pregunta Gabriel.

-¡Aajajajaja ajajaja jaja ja! Si, usa sostenes "La Perla", hechos en Roma.

-Aaaay vale…

-Sí mira, desde aquí se puede ver la etiqueta-, mientras Rafael se mofa, el estómago de Perra Loca, empieza a hacer extraños movimientos. 

Como si fuese una bolsa plástica, su abdomen se estira y se rompe para dejar salir la cabeza de la verdadera entidad que usa ese cuerpo miserable como disfraz. Como si se tratase de “Alien el Octavo Pasajero”, el verdadero “Monstruo del Basurero de las Mayas” ha visto la luz, dejando el cuerpo de Perra Loca, desechado como si se tratase de un saco de piel y huesos. El monstruo mide tres metros y siembra el pánico entre los presentes en el “diablogo”. Zapapteao, sale corriendo del salón de reuniones, mientras Sampao corre y grita como mujer histérica.

La Pereza no se queda atrás. Con risa nerviosa, no para de echarse gases putrefactos, cuyo humo es visible e impregna el ambiente con propano y sulfuro de hidrógeno.

-¡No se les ocurra combatirlos con los rayos de sus ojos! La explosión atará a estas personas- explica el anciano -¡Pancho! Muchachos, ayúdenme a sacar a estas personas de aquí.

El inmundo incubo en el que se ha convertido Perra Loca, arremete contra Gabriel vomitándolo con su vaho pestilente. La sustancia ocre ensucia su gabardina blanca, derritiéndola. Gabriel se la quita velozmente. Ambos ángeles desenvainan sus espadas, pero el íncubo le da de latigazos con su cola a Rafael y a Gabriel le intenta dar una bofetada, que este detiene con un golpe de espada, cortándole la mano. Pero la sangre ácida y pestilente reacciona con el humo de la Pereza, produciendo un ácido que quema las manos de Gabriel.

El Anciano arrastra el cuerpo congelado de Cheo Torres y Yilmer arrastra a José Borjas, Pancho arrastra a Harold Pérez Alfaro y Alexis junto con Mantilla cargan a Ernesto.

Al abrir la puerta del salón, el recepcionista y sus botones ayudan al grupo a desalojar a los líderes de la UD.

-Llévenlos a que se “Calienten en la Calle”-, ordena el anciano, mientras Gabriel y Miguel, tratan a duras penas de contener al monstruo.

Un tercer ángel atraviesa la pared este del salón. Es Miguel Arcángel, vestido con un traje de NPR y cargando una maleta que arroja a Rafael. Miguel se lanza contra la bestia que aún viste el brasier color lila. Espada en mano le arranca un brazo de un tajo. Miguel ordena a Gabriel ponerse el traje para evitar que la pestilencia de La Pereza y la inmundicia de Perra Loca, acaben con su existencia.

En la calle, los paramédicos atienden a los líderes que se descongelan. Hipotermia aguda es el diganóstico del liderazgo de la UD, que pendientes de sus proyectos personales y por temor a derramar sangre, prefirieron asistir de manera ingenua a un diálogo que los ha congelado, llenado a sus seguidores de tristeza y desasosiego.

-¡Pancho! Te ordeno que pares esta farsa inmediatamente y apoyes a esta gente a rebelarse contra este desastre. Como lo hiciste en tu país, como lo hizo Juan Pablo antes que yo lo llamara  ante mí. Se observa un resplandor entre las ambulancias, y lentamente aparece Juan Pablo II.

-¡Maria Santissima! Pancho, despierta, reassiona ¡Es el momento!

Los Diputados liberados sorprenden a los miembros de la Unidad que se incorporan lentamente después de estar congelados y atontados. Algunos de ellos exclaman con sorpresa sobre el error que cometieron al caer en la trampa, y se preocupan por los liberados.


Gabriel termina de colocarse el traje protector, y observa a La Pereza, echar gases por el trasero como si se tratase de una granada de humo ambulante. Gabriel observa que en una de las mesas hay una botella de champaña.

-¡Señorita! Venga un momento acá que quiero hablar con usted- Gabriel con el corcho de la botella en mano, persogue a La Pereza humeante que grita “¡Derechos de la mujer! ¡Derechos de la mujer!”. Gabriel la toma por los cabellos y luego por las piernas, la acuesta boca abajo en sus piernas y…

El incubo ha sido vuelto picadillo por Miguel y Rafael. Incluso la cabeza del monstruo esta tirada en el suelo, separada del resto del cuerpo. Pero los pedazos comienzan a reptar para unirse de nuevo.

-¡Tomen esa escoba! Y pongan los pedazos juntos- ordena Gabriel, rodando a La Pereza que se ha inflado como una pelota de gimnasio, por acción de sus propios gases.

-¿Estás loco Gabriel?

-¡Junten los pedazos Ya! Miguel.

Los tres ángeles colocan los pedazos del íncubo alrededor de La Pereza inflada, mientras esta grita improperios y otras maldiciones. Los tres ángeles se cubren detrás de las columnas y Rafael, que puede ver por un espejo a los dos abominables seres, descubre sus ojos, lanzando su rayo luminoso.

El salón de reuniones del Marriot de Chacao, se sumerge en una inmensa bola de fuego que sale por varias ventanas.

Luego de una profunda disertación entre los dos Papas, Juan Pablo y Pancho, sobre la teología de la Liberación y los riesgos de las dictaduras comunistas y populistas, Juan Pablo y el Anciano convencen a Pancho de no ser tan condescendiente ni ingenuo ante las propuestas de Nicodemo y sus secuaces. Los dos ancianos se retiran del hotel, dándole la despedida a Pancho con un gesto con el dedo índice, que este responde asintiendo, bajando la cabeza y juntando las manos. Luego de caminar por media hora, el anciano, Juan Pablo y los tres ángeles llegan a un terreno baldío y árido.

-Señor ¿Qué va a pasar con la RUMBA CARACAS?- pregunta Gabriel.

-La voy a suspender por todos los medios. Primero será por luto.


-¿Cómo así?

-Acabo de rescindir el contrato de inmortalidad entre Cachirulo y Fidel.


-Pobre Fidel, luego de pasar más de dos años congelado por su hermano, el alma del viejo barbudo se reencontrará por fin con sus otros seis dobles en el inframundo- responde Rafael.

-¿Y luego? Pasará el luto y volverán con su show.

-Haré que el viento, el frío intenso y la lluvia acabe con su show. Hay mucho trabajo que hacer con esta pobre gente.


El anciano en medio del terreno alza las manos, y un torbellino de luz y hojas, hace que el grupo se desvanezca, dejando en el lugar un círculo de grama fresca y flores, que jamás se marchitarán.


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